Maras, el rostro ¿humano?


By Letal
Continuando con el tema de las maras con el que os "ilustré" hace un par de post, y aprovechándome de la hospitalidad que me brinda Vidanski, he creído conveniente dedicar uno en exclusiva a la exposición fotográfica "Maras. La cultura de la violencia" que la Casa de América tendrá abierta hasta el 27 de mayo en Madrid.

Si algo hay que destacar de esta exposición es, sin duda, el trabajo de la fotógrafa catalana Isabel Muñoz y su osadía para descender al infierno de las cárceles salvadoreñas y retratar a estos "enfant terribles" sanguinarios, que es lo que son los miembros de las maras salvadoreñas.

Como ya comenté, las maras son pandillas violentas que surgieron en Estados Unidos conformadas por emigrantes centroamericanos durante las guerras civiles de sus países en los años 80, y que, tras los Acuerdos de Paz, fueron deportados sin ninguna garantía de futuro. Desarraigados y, muchos de ellos, marcados por la cárcel no tuvieron otra opción que continuar con su vida delictiva conformando las maras.
En El Salvador hay dos maras que tienen en jaque a las fuerzas policiales, la Mara Salvatrucha (MS ó M13) y la M-18. Ambas están enfrentadas y, según las autoridades, son la causa de la mayor parte de los homicidios en el país.

Lejos de su criminalización o estigmatización a la que se ven abocados en su país, Isabel Muñoz ha pretendido con su muestra ahondar en lo que de human@s tienen los miembros de las maras. A través de la maraña de tatuajes y cicatrices que cubren casi la totalidad de sus cuerpos, lo mareros revelan historias terribles, que quizá, no pueden ser contadas de manera más gráfica. Sus rostros pasan a ser algo secundario, un lienzo más sobre el que dar a conocer su pertenencia a la pandilla o trasmitir su agresividad.

Chicos, chicas, mayores de edad, menores, casados, padres, madres... las insalubres cárceles salvadoreñas se infestan de jóvenes excluidos, carne de maras.

Ante las más de 60 instantáneas de gran formato de Isabel Muñoz el espectador se siente contrariado. Por un lado siente temor, ante las miradas aterradoras de estos jóvenes, que incluso pueden rozar la demencia; pero, por otro lado, siente compasión por lo que estos chicos han vivido y les ha llevado a esa situación.

Resulta complicado entender una realidad como las maras, si uno no la ha vivido. Resulta fácil ponerse en el lugar del otro, si uno no ha sigo testigo de la ejecución de algún familiar o amigo de la forma más sanguinaria, tras haber sido despojado de sus vísceras.

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